Cómo estás en mí
y al tiempo,
Parinacota de los pedregales,
lugar primero, madrugada del universo,
iniciación de los sentimientos,
donde piensa el viento grande
y se encuentran las edades.
Cuando nos conocimos
me envolviste con tu grito
y tuve la sensación de hundirme
en tu perennidad,
Parinacota, residencia de mi espíritu.
Dejé marcada en tus adobes
mi locura,
y se partió la blanca pared de las casas
cuando te conté aquello,
Parinacota de mi recuerdo.
Los dos llorábamos,
el ave bajó al arbusto
a sepultar su plumaje;
mas hará navegar su canto
hoy y siempre
en mi profundidad
y en los reflejos de tu laguna.
Tristemente vimos a las vicuñas
doblegar su salvaje trote frente a la muerte,
pero desde aquel tiempo
siento correr la dulce sensibilidad de ellos
entre mi sangre,
Parinacota, mi necesario hallazgo.
¡Cómo estás en mi!
que cuando te sueño
me responde tu ventarrón,
ese de tus tardes,
de tu lluvia,
de tus confidencias en esa blancura
del tiempo de invierno,
de esos días en que buscas
y corres riendo sobre tus penas
o llorando frente a tu encuentro.
Nuestra dulce desgracia, Parinacota,
los dos la guardaremos,
no habrá más quien la sepa.
Yo te entregué mi locura
y tú me confiaste el frío de tu tristeza
en el lenguaje perenne de América…
Todo multiplicará entre tú y yo solamente.
Parinacota, maternal huella encontrada.